Mi experiencia con Gerardo Schmedling
El día que conocí a Gerardo fue para mí una experiencia inolvidable. Por varios meses anteriores al esperado encuentro, mi amigo y primer formador en Eneagrama, Amir Gabriel Castro y otras personas cercanas a su trabajo psico-espiritual, nos daban constantes referencias de Gerardo, su hermosa realidad personal y sus muy valiosas enseñanzas. Fue así como resultó motivado un buen grupo de alumnos del Seminario Eneagrama, que esperábamos ansiosos que Gerardo llegara a Cali a presentarnos su escuela interior.
Ese día llegó: fue el martes 6 de Junio de 1998, en una concurrida reunión que se organizó en el auditorio del Museo de Ciencias Naturales de Cali. Llegué temprano al encuentro y me senté en primera fila con mis grandes amigos y hermanos del alma, Patricia Sierra Uribe y Fernando Uribe Saavedra. Como era de esperarse, éramos muchos los entusiasmados. Un par de cientos, si mal no recuerdo.
Me sentía muy emocionada y expectante pues por fin conocería al Maestro. Ya había tenido algunas experiencias, compartiendo con exponentes de diversas vertientes orientales, en las que el maestro solía aparecer con algún turbante, capa o indumentaria especial que lo distinguiese del resto del público, y por supuesto que para esta oportunidad yo esperaba topar con algo similar. Fue grande mi sorpresa cuando alrededor de las 8:00 de la noche, empezó un revuelo en la puerta del salón, previo a la entrada de Gerardo. Entró un grupo de personas, pero ninguna especial o destacándose entre el grupo. Escuchaba el cuchicheo de los asistentes que decían: “Ese es Gerardo, llegó el maestro”. Yo seguía impávida sin lograr descifrar quien podía ser Gerardo dentro del grupo de personas que llegaron. Hasta que reparé en un señor que no conocía, junto a una dama que lo acompañaba. Él era delgado, desgarbado, cojeaba de un pie, y mi primera reacción fue descartarlo como posible candidato.
De repente, este señor se subió al podio y se sentó en un banco de madera, alto y sin respaldo, que habían dispuesto para el orador y supe al fin que ese era Gerardo. Mi primer impulso fue el de subirle alguna silla cómoda o incluso subir yo misma a ayudarlo, pues evidentemente tenía una discapacidad física que nadie la había considerado y la señora que lo acompañaba se mantenía atenta a que no se fuera a caer. Entre desilusionada y perpleja, me contuve, me acomodé en mi silla y me dispuse a escucharlo.
No pasaron más de 5 minutos para que su sola presencia eclipsara todo en aquel lugar. Todos estábamos en silencio, atentos y maravillados con lo que escuchábamos. Pasó a un plano muy lejano su aparente “discapacidad” y empecé a percibir por primera vez la experiencia de estar frente a un Maestro de verdad. La belleza de su simplicidad, su humildad y su amorosa gentileza, enmarcando tanta sabiduría amorosa, lo llenaron todo… Meses y meses después supe por el mismo Gerardo la naturaleza de tal fenómeno: es entrar en el aura que él llamaba la Radiancia dorada del Amor y que está mencionada en el Evangelio como el efecto transformador de “tocar el manto del Maestro”. No es tocar físicamente prenda alguna sino ser envuelto por la alta vibración que por metros a la redonda, a veces muchos, emiten todos los maestros cuando son reales…
Pero sigamos. Menos de dos meses después de aquel primer encuentro, el sábado 29 de agosto de 1998, se abrió el primero de dos grupos de estudio en Cali, de día entero, y que funcionaron el último fin de semana de cada mes, uno el sábado y otro el domingo, sin interrupciones hasta el 28 y 29 de noviembre de 2003, cuando Gerardo dictó sus últimas clases en esa ciudad, para unas 60 personas en cada grupo. Algunos de aquellos primeros alumnos nos mantuvimos constantes en todos esos encuentros mensuales con la Magia del amor, impartida por la presencia física de nuestro maestro irremplazable…
En medio de nuestra formación, me casé y marché a vivir a Caracas, Venezuela. En esa época, mi estudio de Magia del Amor era consistente, pero a distancia. Mi amiga Clarita Fernández, otra fiel alumna y quien trabajaba en Cali en la misma empresa que mi esposo en Caracas, me mandaba por el eficiente correo interno de la empresa, los casetes de cada clase. Tan pronto llegaban para mí era compromiso sagrado escucharlos una y otra vez, anotando y desmenuzando sus conceptos.
Gladys García, única pareja terrenal de Gerardito, por iniciativa propia había empezado a grabar todas las clases. Es a ella a quien todos, incluidos ustedes, mis ocasionales y sobre todo amables lectores, debemos la maravillosa opción de poder escuchar de viva voz al maestro. Mas yo le guardo a Gladys afectuoso reconocimiento personal por su apoyo para conectarme con Gerardo por teléfono, cada mes o casi, en lo que él denominaba Encuentro de Luz, una muy dichosa oportunidad de recibir apoyo para aclarar las dudas y múltiples inquietudes que aparecían en mi proceso personal.
Después de asentarme en Caracas y contando con la compañía de Patricia Sierra quien me había ido a visitar, tuve la feliz correspondencia de llevar a Gerardito, a principios de 2002, a dictar su taller Tú eres lo mejor de ti mismo. Esta fue una experiencia hermosa, no solo por la gran acogida que logramos tener, sino por el compartir tan cercano e íntimo que por siempre atesoraremos en nuestro recuerdo.
Durante gran parte del 2003 volví con mis niños chicos a vivir a Cali y pude disfrutar de mis clases presenciales, junto a mi grupo de amigos amados y fue en septiembre cuando compartí con Gerardito por última vez. Estábamos siendo trasladados a vivir a Santiago de Chile, donde hoy seguimos residiendo. Por supuesto que dentro de mis planes y anhelos estaba traer a Gerardito a compartir sus enseñanzas en este nuevo país.
Al enterarme de la partida de mi amado maestro de este plano, me inundó una profunda pena personal. Pero sus discípulos habíamos sido preparados en todo cuanto se refiere a tal fenómeno y así podíamos evaluar lo maravilloso del paso que había logrado dar su conciencia permanente, en su transitar evolutivo. Aun así, en mí se presentó una profunda sensación de orfandad. Había estado por más de cinco años tomada de su mano, confiando en su guía y aprendiendo directamente de esta fuente tan llena de belleza, paz y sabiduría.
Fue un momento muy duro pero constituyó la prueba, la verificación real del sostén de los aprendizajes ya estaban instalados en mí, para reafirmar mi compromiso personal de seguir avanzando, confiando en la presencia permanente de Gerardo, a través de sus enseñanzas que ya eran parte mía.
Recuerdo que, por muchos meses, en las “conversaciones” mentales que solía y suelo tener con él, mi inquietud era una sola: ¿Qué va a ser de los que no alcanzaron a recibir la información de sabiduría? Esta idea me rondaba diariamente hasta que finalmente una noche, mientras dormía, entré en una forma de sueño lúcido. En esa experiencia, me encontré en medio de una de nuestras clases habituales con Gerardito, rodeada por varios de mis compañeros. Completamente consciente de que estaba en un sueño, me sentí llena de alegría del reencuentro y por supuesto, en cuanto pude levanté mi mano para preguntarle: Gerardito, ahora que te fuiste, ¿qué va a ser de los que no alcanzaron a recibir la información de sabiduría? Y él, con su mirada amorosa de siempre, me contestó: «Erikita, ahora les corresponde -a ustedes-, compartir la información».
En cuanto desperté, me incorporé en la cama, desperté a mi esposo y le conté la experiencia llena de emoción, gratitud y mucha sorpresa. La idea quedó dando vueltas en mi cabeza, pero no imaginaba muy bien como podría hacerse esto realidad.
Causalmente, un par de días después, atendimos una invitación de una pareja de chilenos que recién estábamos conociendo y que amorosamente nos habían incluido en una comida con amigos suyos de toda la vida. En medio de la velada, en conversación muy fluida e íntima entre ellos, uno empezó a compartir una experiencia personal que estaba atravesando apoyado por una terapeuta que curiosamente yo conocía. Contó que esta profesional había logrado conmoverlo profundamente, al haber compartido con él “un pequeño libro, proveniente de un maestro y el cual un amigo de ella, colombiano, le había suministrado”. La conversación siguió y pronto supe que quien había compartido con ella el documento no era otro que mi gran amigo y hermano de camino, Fernando Uribe, y que “el pequeño libro” era su transcripción de grabaciones de los primeros cuatro temas del módulo Aceptología y su manual. La sorpresa de ambos fue grande, al ver lo sincrónico de todo. Cuando le dije que yo me había formado con Gerardito y que era su discípula directa, inmediatamente me pidió que empezara a dar clases, pues él sería mi primer alumno. Fue un momento cumbre en mi vida y el momento donde Escuela de Magia del Amor, se convirtió en mi misión-función, apoyada por mi amado maestro.
En marzo del 2005, dicté mi primera clase de Magia del Amor y lo he hecho ininterrumpidamente hasta el día de hoy. Es un servicio que agradezco, disfruto y honro cada día.