“Dios no juega a los dados con el universo.
Tú crees en un Dios que juega a los dados y yo en una ley y un orden completos, un mundo que existe objetivamente.”
(Albert Einstein)
Normalmente vamos por la vida luchando contra nuestras dificultades, pensando muchas veces que aquello que vivimos es consecuencia de un error del azar y raras casualidades que de manera infortunada aparecen en nuestra vida para complicar y obstaculizar nuestro encuentro con la felicidad y el éxito.
Existe una confusión colectiva en nuestra cultura actual, donde muchos creen que el “regalo” de la vida, es parte también de esos devenires extraños que carecen de un propósito trascendente o profundo, como resultado de lo que podemos comprender desde el conocimiento que la cultura actual nos proporciona. No es de extrañar que creamos firmemente que lo importante de nuestra experiencia es aquello con lo que nos hemos identificado desde nuestra personalidad (sistema de creencias ancestral aprendido y casi siempre limitante unido al sistema de defensas particular o traumas personales) y confundamos lo que “Somos” con lo que hacemos, tenemos y sabemos.
Los seres humanos estamos todos inmersos en un continuo proceso de crecimiento y evolución, somos como niños que hacen parte de un gran colegio cósmico, donde vamos aprendiendo paso a paso, experiencia a experiencia a desplegar todo el potencial de sabiduría que existe en el interior de nuestro ser, es decir que a través de lo que experimentamos en carne propia se va refinando nuestra comprensión de la realidad, vamos entendiendo que todo cuando existe y sucede en nuestras vidas tiene un sentido pedagógico profundo, que existen leyes que rigen el orden universal y por ende nuestras experiencias, y que todos vamos transitando por un sendero de refinamiento y transformación de nuestro propio ser, que nos acerca paso a paso a nuestros anhelos más profundos.
Para algunos este transitar aún es inconsciente, para todos es obligatorio.